Una fuerza infinita de vida

Pedacito de bitácora donde guardo a salvo mis sentimientos...

En la vida, sólo hay una cosa segura aparte de la muerte ... No importa lo mucho que te esfuerces, no importa lo buenas que sean tus intenciones intenciones, vas a cometer errores. Vas a hacer daño a la gente. Van a hacerte daño. Y si quieres recuperarte… Sólo hay una cosa que puedes decir: Perdonar y olvidar. Eso es lo que dicen. Es un buen consejo, pero no es muy práctico. Cuando alguien nos hace daño queremos devolvérsela. Cuando alguien hace que nos equivoquemos, queremos tener razón. Sin el perdón, nunca se ajustan las cuentas, las viejas heridas nunca se curan. Y lo máximo que podemos esperar es que un día, tengamos la suerte de poder olvidar.

(Anatomia de Grey, 4ª Temporada)


En la vida tienes que tomar decisiones, aunque no quieras, tienes que hacerlo. No puedes permanecer un tiempo indefinido sin al menos intentar agarrar un poco las riendas de tu propia vida que parece un caballo desbocado.

La tentación de empezar de cero siempre está, pero yo creo que empezar de cero es totalmente imposible. Las heridas, cicatrices, errores, la forma de amar, de afrontar la vida nos persiguen, no importa donde vayamos, porque forman parte de nosotros y por tanto para empezar de cero se necesitaría olvidar todo lo aprendido. No es factible.

Pero te sientes un poco ... ¿poderoso? cuando al menos decides tomar un poco el control, dejar de sentir que vas a la deriva, y resultar indiferente hacia quien así se comporta. A veces escoger es terriblemente doloroso, pero aún así, lo tienes que hacer.

En un fin de semana he tomado tres decisiones. Con el paso de los años (y su amiga la experiencia) he ido relegando a mi intuición a un lado, amordazándola, antes yo era puro instinto y vivía según lo que me dictaba el corazón. La madurez me está dando más dosis de lógica y de repente lo único que me apetece es dejar que me instinto me guíe, como cuando era niña...

Y, sí. He tomado tres decisiones. Acertadas o no, no lo sé, pero sé que hoy es lo que necesito, y el tomarlas me ha costado tres días de casi no podar dejar de llorar y tener la sensación de que o tomo las riendas de lo que me está pasando o no podré superarlo nunca.

La primera es personal, no afecta a nadie, es mía, ha sido la más fácil.

La segunda ha resultado más fácil de lo esperado, pero nunca he sabido abordar estas situaciones, y acabo sintiéndome culpable: el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones que se dice en mi pueblo. Creo que intentando hacer las cosas bien lo he hecho mal y tengo que remediarlo. No siempre toca ser el bueno de la película, y más cuando no es una película, es la vida real. Perdóname.

La tercera, ha sido más dolorosa de lo que nadie pueda imaginar. Hay cosas a las que no quieres enfrentarte, no es que no puedas, es que no quieres. El temor te sacude por dentro. Sientes que tienes un asunto pendiente, algo que está ahí, esperándote. Lo dejas para mañana, para el siguiente, y te vas dando excusas. Pero las excusas se acaban y lo que sientes te reclama. Te busca, te cerca, observa tus movimientos y descree tus excusas. Te espera. Hasta que en el laberinto que es a veces tu cabeza, entre los impulsos del corazón por latir, ahí, te mira a los ojos y te sienta.

¿Qué haces con la decepción? Yo no sé tratarla. No sé apaciguarla en mi corazón. Ya sé que no debo esperar nada de nadie, pero... yo no sé que hacer con sus jirones, con sus dolidas palabras. No sé calmarla, ni matarla. No sé que hago con esta decepción entre las manos, porque es algo que me cuesta superar porque me supera.

Porque puedo con sentimientos más duros; puede doler, tener el alma en carne viva por un sentimiento que crece en mí y que no es correspondido, sentir que todo late por inercia sin mi consentimiento, y lo sufro, y lo lloro, pero vislumbrando un fin, un camino nuevo. Sin embargo, con la decepción nunca me llevé excesivamente bien.
Y me escondo de ella, porque no quiero verla, ni quiero sus explicaciones, ni quiero sentir que con la decepción me viene un luto. Porque es más difícil llorar las cosas que duelen pero es más triste ver que lo que has depositado en alguien se ha esfumado con el aire, que te has equivocado, que todo sigue fluyendo menos esa parte de tu corazón que arrastra pena.

No me gusta la decepción, porque es como si me hiriera a mí misma, porque al fin y al cabo mi fe también se escapa. Porque me resulta casi cruel darme cuenta de que he podido soportar que me rompan el corazón pero no puedo soportar que se me decepcione.
Y es increíble esperar de los demás que nunca te decepcionen, pero cuando has puesto corazón y piel, pedazos de quien eres en otra persona, esperanza en sus manos, cariño en su corazón, son lágrimas agrias las que corren por la cara. Lágrimas amargas que mojan la barbilla.

Y no sé qué hacer porque no tengo ganas de hablar con esta decepción que nubla el mejor de mis días aunque la vaya postergando. Aunque vaya reclamándome justicia. No estoy preparada para este entierro, porque no puedo. Si alguien me decepciona, si consigue que mi paciencia se ahogue, si siento dentro que se ha partido algo por la mitad que no se puede pegar… se marca el punto final.

Lo hice hace cinco años con alguien, y me costó muchos años decepcionarme, pero cuando lo hice supe que después de la decepción vendría el fin. Van de la mano, unidas para mí. Y después ya no soy flexible,ya no quiero nada más, ni cuando ese día de Reyes hace tres años te presentaste en mi casa tras conducir 6 horas para decirme que me echabas de menos, que nos podíamos dar una oportunidad. Aún guardo los bombones, es lo único que conservo de ti...

Y ahora, otra vez, me veo en la misma rotura. Partida por la mitad.

Y te prometo que sentirme decepcionada es algo que no puedo asimilar.
Que no quiero.
Que no sé hacerlo…

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