Es curiosa la vida...

... Hoy estuve escribiendo este cuento para enviarte junto con unas palabras en las que tomaba una decisión referente a nuestra relación/amistad.

¿
Cómo se puede desear la felicidad de alguien a quien amas en silencio? ...
Amando con todo el corazón.




En una fría y ventosa noche del mes de enero, la luna tan solo asomaba tímidamente tras los nubarrones que se alzaban como torres, amenazando lluvia. La furia del viento arremolinaba las hojas caídas de los plateros que adornaban el paseo.
Mientras tanto Sonia se cobijó en un soportal, tenía sus manos y pies como témpanos de hielo. Debía esperar, aguardaba a alguien muy especial para ella. Parecía como si el reloj se hubiera parado, los segundos se tornaron minutos. Evidentemente los nervios se habían apoderado de ella. No era para menos, había llegado el momento de pasar la “prueba de fuego”, como ella le llamaba, ese momento al que tanto temía y al que, sin embargo, tenía que enfrentarse por muy doloroso que fuera su resultado.
De pronto apareció él, David, con una sonrisa en sus labios y, como no, dispuesto a escucharla y hacer de esa noche infernal, una noche placentera, alegre, feliz... Sin embargo, algo le decía a Sonia que no sería así, tenía sus dudas.
Se dirigieron al café de la decoración barroca, repleto de detalles iconexos: pájaros, máquinas de coser, jardineras, … y se acomodaron en un rincón, al lado de un gran ventanal. Sonia seguía tiritando, no ya de frío, sino de un estremecimiento interior. Tenía ante sí al hombre de sus sueños, al hombre que mantenía viva la llama de su corazón, por el que día y noche suspiraba... pero él no lo sabía. ¡Pobre iluso!, gritaba Sonia hacia sus adentros.
No le quedaba más remedio que enfrentarse a su verdad, a la que ella tan solo conocía y debía compartir con David. Estaba sumida en un mar de dudas, de preguntas sin respuestas, quizás se trataba de un sueño, de una ilusión... pero necesitaba fuerza para poder expresar sus sentimientos. Mientras miraba a través del cristal, a lo infinito, se fijó en una estrella que destacaba sobre las demás. Fue tan solo un instante, una luz intensa se quedó reflejada en su mirada y le hizo recordar esa luna mágica siempre la daba fuerzs: ¡Aquí estás, siempre conmigo y tú me ayudarás!.
Mientras David se dirigía al encuentro con Sonia, escuchando música en su siempre limpio y cuidado Ipod, no dejaba de pensar en ella, a la vez que se hacía mil preguntas, ¿qué me dirá?, ¿qué quiere contarme?, se sentía nervioso también. En los últimos días la había notado triste, nerviosa, titubeante, se le había borrado la sonrisa de sus labios, seguro que tenía algún problema. ¡Vaya, espero poder ayudarla!, pensaba, ¡por lo menos la escucharé, al fin y al cabo somos amigos!.
Sonia, diariamente y antes de entrar a la oficina, se paraba a comprar el periódico en el quiosco cercano y siempre le atendía amablemente David. Por supuesto que eran amigos, una amistad que ni siquiera ellos mismos se explicaban el cómo y el porqué había nacido. Se conocieron hace ya más de un año y desde el primer momento pareció como si hubiera una química especial entre ellos, entablaron conversación enseguida. Un día, otro y otro, entre palabras, sonrisas, miradas y alguna que otra confidencialidad, se había ido forjando una buena amistad.
Sonia miró a los ojos a David y le dijo: ¡Me gustaría contarte una historia que hace no mucho soñé!, ¿quieres que te la cuente?, quizás se trate tan solo de eso, de un sueño, quizás de una ilusión, pero no te preocupes más tarde lo sabré. David asintió con la cabeza, estaba totalmente intrigado.

“Era un día de verano, el sol brillaba intensamente sobre el cielo azul, desprendía su calor tórrido y agobiante. Me encontraba en una playa solitaria, no había nadie más, tumbada sobre la arena blanca, oía como las olas golpeaban con fuerza las rocas y una suave brisa recorría mi cuerpo, dándome frescor. Estaba relajada, disfrutando de aquella paz, de aquel momento que necesitaba hacía mucho tiempo para poder dar rienda suelta a mis pensamientos, aclarar mis ideas y también, por qué no, soñar. Había conseguido al fin estar sola.

Sin embargo, a lo lejos, bajando por la ladera entre las rocas, vislumbré la silueta de un hombre que se iba acercando lentamente. Era alto, moreno, musculoso, llevaba gafas de sol, una toalla sobre su hombro derecho, bañador oscuro y mientras sus pies acariciaban la blanca arena, se dirigía hacia mi. ¡Qué extraño!, ¿quién era?, ¿de quién se trataba?, ¿acaso venía a perturbar la paz de mi soledad?, el corazón me palpitaba con fuerza.

¡No me lo podía creer, que alegría, era él!, me saltaron las lágrimas de la emoción, abrazados y, con un nudo en la garganta, le susurré al oído que hacía tiempo sentía algo especial y que estaba perdidamente enamorada de él.

Abrí los ojos, había sonado el despertador.”

David intentó opinar, pero Sonia no le dejó, sintió en su mano escondida en el bolsillo de la chaqueta, la compañía de la luna mágica allá arriba la dio fuerzas y, entre sollozos, le dijo: “Él, en la realidad eres tú. No se trata de un capricho, ni siquiera lo he buscado, simplemente ha surgido y he intentado luchar contra ello sin conseguirlo”. David se quedó sorprendidísimo, se le notaba en su cara, como si no diera crédito a lo que acababa de oír, no le salían las palabras.
Sonia esperaba ansiosa una respuesta, fuere cual fuere, la necesitaba para disipar sus dudas y, por supuesto, la tuvo. David, mirándole a los ojos y con voz muy cálida, le dijo: ¡Lo siento mucho, pero mi corazón ya está ocupado, estoy enamorado de otra persona!. Pareció que el viento que soplaba con fuerza esa noche, hubiera entrado como un torbellino en el viejo café de la esquina, se llevó su sueño, su ilusión y tan solo le dejó una inmensa tristeza por un sentimiento no compartido, una herida de la que jamás se recuperaría.
David y Sonia se abrazaron y entre sollozos se dijeron que su amistad perduraría en el tiempo, despidiéndose con un abrazo infinito y un beso Moac en una esquina de una de las calles principales de la ciudad.


Jamás se volvieron a ver. Ella murió unos meses después, de soledad e indiferencia, llevándose como última imagen la sonrisa de él como imagen en sus ojos.


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